Daja-Tarto, el Fakir de Cuenca


Cualquier tratado sobre personajes estrambóticos quedará incompleto si no incluye en lugar destacado a este singular sujeto de estómago acorazado y piel de hormigón, el enigmático Daja-Tarto, el fakir de Cuenca.
Cuando Gonzalo Mena Tortajada descubrió que su cuerpo podía soportar todo tipo de aberraciones sin sufrir más que un picorcillo, y decidió ganarse la vida con el fakirismo hindú, tuvo la brillante ocurrecia de cambiarse de orden las letras de su segundo apellido, y pasar a llamarse Daja-Tarto, que ya era nombre digno de un cazador de dragones asiáticos.
Hasta entonces, tuvo que contentarse con cazar lagartijas en Cuenca, donde había nacido en 1904 y donde vivió los diez primeros años en compañía de sus cuatro hermanos.
Luego, cuando su padre cambio su oficio de sastre por un plaza como portero en la Dirección General de Seguridad, la familia se trasladó a Madrid, donde Gonzalito hizo gala de un carácter tan levantisco que acabó con sus huesos en un correccional.
Allí pasó los dos siguientes años, hasta que las ganas de aventura le rebosaron por las orejas y se escapó para cumplir su sueño. Él sería torero, se decía mientras vagabundeaba, se anunciaría en grandes carteles como "Arenillas de Cuenca" y los aficionados se quitarían a su paso el sombrero con una reverencia. Encontró un trabajo como botones de un hotel, pero cuando podía, cogía una maleta y se largaba a los pueblos en feria, en busca de una oportunidad que no llegaba.
Entretanto, a Gonzalo se le metió en la cabeza viajar por le mundo y llegó, embarcado como polizón, hasta Melilla, donde se empleó como pinche de cocina del ejército español, que se encontraba guerrenado con las huestes de Abd-El-Krim.
A su vuelta se dio cuenta de que ser torero le sería tan difícil como ser premio Nobel de Química, así que decidió hacerse fakir. Ocurrió la cosa cuando cayó en sus manos un libro titulado "Misterios de la India", que le dejó las entendederas bengalíes y el Tortajada de su apellido revuelto. Había nacido Daja-Tarto.
Sus comienzos como fakir fueron modestos, limitándose a masticar pequeños pedruscos, género menor de ferretería, alguna cuerda, algún cristal... Así fue convirtiendo sus dientes en una máquina que reducía a confetti los elementos más macizos de la naturaleza.
Inmediatamente convenció al empresario del Circo Prize de que alguien con esas muelas de oro merecía un hueco en la función, con danzarinas orientales y todo, de manera que, allá por 1927, debutó ataviado de marajá, con ropas de seda, un turbante multicolor y moviéndose con los gestos pausados que se suponía propios de un prohombre de Kapurtala.
Los manjares que merendaba el fakir ante el público que asistía a sus reprentaciones con las tripas revueltas, consistían en cuchillas de afeitar, cigarrillos, cerillas encendidas, yeso, cemento y otros ingredientes nunca recomendados por la dietética. Siendo complicado meterse en el cuerpo estas sunstacias, aun lo era más poderlas sacar de allí.
Un fabuloso laxante, más propio de la prescripción veterinaria, contribuía al desalojo de aquellos alimentos, pero era ineficaz con el cemento, cuyos restos le sombreaban el semblante de un gris mustio que a duras penas expulsaba provocándose el sudor con el abrigo excesivo.
La gastronomía tosca no era ni mucho menos la única he las heroicidades de Daja-Tarto. capaz de sostener sobre su cuerpo pedruscos de ochenta kilos, tumbado sobre un montón de cristales, subir descalzo por escaleras con peldaños formados por sables o permanecer enterrado bajo la arena de una plaza de toros hasta que acabara la corrida.
La segunda y última vez que practicó esta insensatez se entretuvieron los morlacos más de lo previsto, tanto que el fakir creyó que allí acabarían sus días, víctima de la asfixia. Cuando los operarios le sacaron del boquete, más parecía la figura de cera con la que el museo de idem de Madrid le homenajearía años más tarde que un hombre de carne, hueso y restos de cemento.
Su otra experiencia tauro-fakirista, no más cuerda, consistió en el intento fallido de hipnotizar en medio de una plaza a un toro bravo, que no entendiendo ni palabra de espectáculos hindúes le embistió con un cuerno en la mejilla. Suerte que para entonces ya encontraba el consuelo de su esposa, Dionisia Gallardo, ex Miss Castilla, que decoraba las actuaciones del artista con sus redondeces.
Cuando estalló la guerra civil, Daja-Tarto fue reclutado por la fuerzas nacionales para solazar a las tropas y para espiar a las gentes del espectáculo. Por este tiempo le ocurrió el accidente más absurdo de la historia del fakirismo. Como tantas veces, se dispuso a tragarse su ración de cemento, pero en esta ocasión se trataba de cemento rápido, que nada más llegó a la saliva se convirtió en un mazacote sólido que aprisionó la dentadura superior e inferior del ejecutante. Sólo a golpes de martillo y cincel pudo romperse aquel monolito, para que Daja-Tarto pudiera mover la boca de nuevo.
Al acabar la guerra actuó en el itinerante Circo Imperial en tanto se terminaba la reconstrucción del bombardeado Circo Price, escenario que fue de sus éxitos más clamorosos hasta que la aventura volvío a llamar a su camerino. Entonces metió los pinchos y junto a la fakira Dionisia y las Tinokas Sisters, sus dos hijas, que se dedicaban a la doma de gatos, se marchó a Portugal, donde a poco de llegar fue aclamado como leyenda viva del espectáculo.
La carrera de Daja-Tarto ascendió de forma tan repentina que el éxito se le subió al turbante y comenzó entonces a llevar un vida más propia de un magnate arábigo que de un tragasables casi hindú. El sueldo se le escapaba a Daja-Tarto con tanta rapidez como si el laxante, ademas de desalojar las tuercas que masticaba, hiciera lo propio con el dinero. La afición al bingo del matrimonio Tarto, además de fulminar el resto de sus ahorros, les hizo acumular tal cantidad de deudas que el fakir se vio obligado a empeñar hasta las muelas de oro con las que mordía el cemento. Como no encontraba digno bebérselo en público con una pajita, tuvo que ingeniar otra hazaña con la que recuperar algo de sus ahorros.
La idea que le apareció en su cerebro hubiera sido rechazada por cualquier persona mínimamente cautelosa, pero no era éste el caso, de manera que se subió a un madero y se hizo crucificar en Coimbra durante cuatrocientas horas.
Como el público acudió en masa a presenciar el fenómeno, y como Dionisia recaudó un buen capital, cuando acabó la hazaña pensó en aprovechar que tenía agujereadas las palmas de las manos para futuras crucifixiones, de modo que mandó construir a un herrero unos clavos que pudieran encajarse, mediante una tuerca, a una rosca incorporada a los orificios de sus manos.
El invento fue un fracaso de tal calibre que a punto estuvo de costarle la amputación, porque el metal infectó las extremidades del fakir, que acabaron por gangrenarse.
Sólo una iluminación divina que sobrevoló por la cabeza de Daja-Tarto le libró de perder las manos, al recomendarle un espiritu que introdujera sus heridas en una pócima cocinada con azufre y no sé qué otro tipo de potingues, disueltos en agua hirviendo.
Los sabios doctores no supieron explicar cómo el fakir pudo salvar las manos que ellos habian condenado al abandono del resto del cuerpo. El caso es que con todos los miembros de su cuerpo, incluidas las muelas de oro que había recuperado, pudo proseguir su carrera de esperpentos.
Se encontraba nuestro artista en un ensayo, entretenido en itroducirse un estilete por un agujero de nariz, cuando uno que pasaba tropezó con su codo, y el chisme aquel viajó por los conductos internos hasta provocarle un desprendimiento de retina.

Este último percance se unió al anterior de las roscas y las tuercas, que había dejado sus secuelas, de forma que Daja-Tarto se vio obligado a descansar de tanta chifladura masoquista y tuvo que dedicar sus energías a ocupaciones menos peligrosas, como la de actor de quinta o sexta fila en películas horrorosas o intervenciones esporádicas en la tele, donde seguía exhibiendo la manera de comerse un tentempié de bombillas.

Algún editor filántropo debería volver a editar esa agotadísima cima del pensamiento
castellano-hindú como es su autobiografía_ "Memorias del enigmático fakir Daja-Tarto, para solaz general, o bien el igualmente extinguido tratado de "Parapsicología y espiritismo". Relata y soluciona casos sucedidos en la tierra por espíritus malignos. Seduce. Intriga. Emociona. Fascina. El fakir Daja-Tarto, psiquiatra del antiguo centro Platón de Madrid donde narra los delirios filosóficos que su atribulado cerrebro fantaseó en los últimos años de vida.

Daja-Tarto murió en 1988, habiendo formulado como último deseo que el ataúd que le acogiera para pasar la eternidad estuviera forrado de cristales machacados y que su cuerpo fuera envuelto en papel lija.

Algunos años antes había desaparecido el Circo Price para que en su solar se convirtiera una entidad financiera. Se extinguen los fakires, los circos se convierten en bancos... Así va el mundo...

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